La música espantaba al ojo que curioseaba el espacio. El ojo, visionario implacable no dejó cualquier intento por descubrir el misterio escondido en los cuerpos móviles que se paseaban y pavoneaban sobre las aceras húmedas, llenas de viejas hojas otoñales que caían sin vértigo sobre el escenario carente de sol.
Y así pasó toda la noche, sobre la ventana del tercer piso el ojo miraba, miraba, miraba la expansión de su cuerpo sobre el todo.
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